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  • 26 Nov 2018
    Los inhibidores de la bomba de protones (IBP) son un grupo de fármacos que están comercializados desde los inicios de los años 80. Curiosamente, la introducción de los IBP coincidió en el tiempo con el descubrimiento de la infección por Helicobacter pylori como agente causal de la úlcera péptica duodenal.  La suma de estos factores ha supuesto una auténtica revolución en el manejo de las enfermedades relacionadas con el ácido, ya que a los efectos que la erradicación de la infección por Helicobacter tiene sobre la historia natural de la úlcera péptica, la potente inhibición que ejercen los IBP sobre la secreción ácida del estómago, les confieren una gran eficacia terapéutica para conseguir el alivio sintomático en pacientes con trastornos como el reflujo gastroesofágico o la pirosis epigástrica, o para prevenir potenciales sangrados digestivos inducidos por fármacos.  Sin embargo, fruto de su propia efectividad, el uso de los IBP se ha extendido mas allá de sus propias indicaciones, un hecho que se ha visto favorecido por la curiosa fama que han obtenido entre la población como “protectores del estómago”.  Como consecuencia se han producido estudios que han demostrado que el uso cónico de IBP no es totalmente inocuo. Sin embargo, y debido a su popularidad, en algunos casos estos estudios han derivado en noticias alarmistas en la prensa escrita que han generado intranquilidad a los pacientes que los consumen por prescripción médica. Por ello, es importante conocer cuáles son los beneficios y los riesgos de estos fármacos para valorar en cada paciente individual la relación beneficio/riesgo que supone su consumo, y así determinar la idoneidad de su uso prolongado.  Diferentes estudios de diversa calidad se han publicado sobre los potenciales efectos adversos de los IBP. Estos se presentan en aproximadamente un 1-3% de los consumidores de IBP, pero en su mayoría se trata de efectos adversos leves. Los efectos adversos más frecuentes incluyen cefalea, náusea, dolor abdominal, estreñimiento, flatulencias, diarrea, rash cutáneo y mareos.  Otros efectos adversos menos frecuentes, pero que se han asociado al consumo prolongado de IBP, están relacionados con la pérdida de la función de barrera defensiva del ácido del estómago, lo que favorece los cambios en la flora intestinal (disbiosis), el sobrecrecimiento bacteriano, y existen datos que indican que también se podría favorecer la infección por Clostridium difficile. También se ha reportado un incremento en la incidencia de infección por cándidas, y se ha sugerido una mayor prevalencia de neumonías, aunque este último aspecto debe confirmarse con estudios de mejor calidad.  La hipocloridia también se ha considerado un factor predisponente a alteraciones en la absorción y metabolismo de algunas sustancias esenciales. Así, existen datos que indican que la hipocloridia se asocia a una dificultad para la absorción de la vitamina B12. Sin embargo, las evidencias sobre la repercusión clínica de este déficit no son claras, y actualmente no se contempla la monitorización de los niveles séricos de vitamina B12 en los pacientes en tratamiento crónico con IBP, aunque sí que podría considerarse en pacientes ancianos y malnutridos. Se ha observado que existe un riesgo aumentado de fracturas en los consumidores crónicos de IBP, pero no se ha podido demostrar que esté asociado a alteraciones en la absorción del calcio ni a mayor prevalencia de osteoporosis.    FUENTE:  http://elfarmaceutico.es/index.php/la-revista/secciones-de-la-revista-el-farmaceutico/item/8767-consecuencias-del-abuso-de-los-inhibidores-de-la-bomba-de-protones#.W-0QTSN3GRs  
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  • Los inhibidores de la bomba de protones (IBP) son un grupo de fármacos que están comercializados desde los inicios de los años 80. Curiosamente, la introducción de los IBP coincidió en el tiempo con el descubrimiento de la infección por Helicobacter pylori como agente causal de la úlcera péptica duodenal.  La suma de estos factores ha supuesto una auténtica revolución en el manejo de las enfermedades relacionadas con el ácido, ya que a los efectos que la erradicación de la infección por Helicobacter tiene sobre la historia natural de la úlcera péptica, la potente inhibición que ejercen los IBP sobre la secreción ácida del estómago, les confieren una gran eficacia terapéutica para conseguir el alivio sintomático en pacientes con trastornos como el reflujo gastroesofágico o la pirosis epigástrica, o para prevenir potenciales sangrados digestivos inducidos por fármacos.  Sin embargo, fruto de su propia efectividad, el uso de los IBP se ha extendido mas allá de sus propias indicaciones, un hecho que se ha visto favorecido por la curiosa fama que han obtenido entre la población como “protectores del estómago”.  Como consecuencia se han producido estudios que han demostrado que el uso cónico de IBP no es totalmente inocuo. Sin embargo, y debido a su popularidad, en algunos casos estos estudios han derivado en noticias alarmistas en la prensa escrita que han generado intranquilidad a los pacientes que los consumen por prescripción médica. Por ello, es importante conocer cuáles son los beneficios y los riesgos de estos fármacos para valorar en cada paciente individual la relación beneficio/riesgo que supone su consumo, y así determinar la idoneidad de su uso prolongado.  Diferentes estudios de diversa calidad se han publicado sobre los potenciales efectos adversos de los IBP. Estos se presentan en aproximadamente un 1-3% de los consumidores de IBP, pero en su mayoría se trata de efectos adversos leves. Los efectos adversos más frecuentes incluyen cefalea, náusea, dolor abdominal, estreñimiento, flatulencias, diarrea, rash cutáneo y mareos.  Otros efectos adversos menos frecuentes, pero que se han asociado al consumo prolongado de IBP, están relacionados con la pérdida de la función de barrera defensiva del ácido del estómago, lo que favorece los cambios en la flora intestinal (disbiosis), el sobrecrecimiento bacteriano, y existen datos que indican que también se podría favorecer la infección por Clostridium difficile. También se ha reportado un incremento en la incidencia de infección por cándidas, y se ha sugerido una mayor prevalencia de neumonías, aunque este último aspecto debe confirmarse con estudios de mejor calidad.  La hipocloridia también se ha considerado un factor predisponente a alteraciones en la absorción y metabolismo de algunas sustancias esenciales. Así, existen datos que indican que la hipocloridia se asocia a una dificultad para la absorción de la vitamina B12. Sin embargo, las evidencias sobre la repercusión clínica de este déficit no son claras, y actualmente no se contempla la monitorización de los niveles séricos de vitamina B12 en los pacientes en tratamiento crónico con IBP, aunque sí que podría considerarse en pacientes ancianos y malnutridos. Se ha observado que existe un riesgo aumentado de fracturas en los consumidores crónicos de IBP, pero no se ha podido demostrar que esté asociado a alteraciones en la absorción del calcio ni a mayor prevalencia de osteoporosis.    FUENTE:  http://elfarmaceutico.es/index.php/la-revista/secciones-de-la-revista-el-farmaceutico/item/8767-consecuencias-del-abuso-de-los-inhibidores-de-la-bomba-de-protones#.W-0QTSN3GRs  
    Nov 26, 2018 1410